martes, 11 de junio de 2013

Pecados Capitales... La Soberbia u Orgullo.


     La Soberbia u Orgullo consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios (Catecismo Iglesia Católica 1866)
Por consiguiente, es una disposición blasfema del alma, que estimula y desencadena los errores e infortunios humanos. Estrictamente hablando, es el orgullo que lleva a la persona a igualarse a Dios

     La Soberbia es amarse demasiado a sí mismo, y nos hace despreciar a Dios y a los demás. Somos soberbios cuando creemos que podemos hacerlo todo, que no necesitamos de Dios ni de los demás, cuando nos creemos los más listos, los más perfectos teniendo por tontos a los demás, cuando se es presumido o nos gusta llamar la atención, cuando queremos que todo se haga a nuestro parecer, cuando creemos que todo lo merecemos, cuando sólo hablamos de nosotros mismos.

     Las personas soberbias son fácilmente manipulables, basta con “sobarles el ego” para sacarles casi cualquier cosa y, generalmente, esconden su baja autoestima detrás de un escudo protector de arrogancia y desdén. Siempre han de salirse con la suya, a cualquier costo, por lo que irremediablemente su vacío emocional e infelicidad consecuente son enormes, aunque las disimulen con una máscara de alegría y contento.

     La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado, tiene su origen en el pecado original. Por lo tanto de ella misma viene la mayor debilidad. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Génesis 3, 5).

     El orgullo o soberbia, tiene muchas formas de presentarse. He aquí sólo algunas:
  • Vanidad: deseo de ser apreciado y quedar bien.
  • Engreimiento: creerse uno muy importante, necesario, creerse una gran cosa. Y para colmo: no darse cuenta que cualquier cosa buena que tengamos nos viene de Dios, sino de nosotros mismos.
  • Arrogancia: mostrar actitudes de superioridad a los demás.
  • Auto-suficiencia: Creer que no necesito de Dios, que todo lo puedo por mí mismo, o creer que no necesito tampoco a otras personas.
  • Susceptibilidad: No aceptar crítica o corrección, además de molestarse sin suficiente razón.


     En las Sagradas Escrituras podemos encontrar varias citas que nos podrían orientar hacia dónde va una persona soberbia, qué puede esperar, cómo ve Dios a este tipo de personas. Podemos señalar algunas:
“La soberbia acarrea ruina, y la ociosidad, bajeza, ya que la ociosidad es la madre de la miseria” Tobías 4, 13

“El orgullo es tan odioso al Señor como a los hombres” Eclesiástico 10, 7

“El comienzo de la soberbia en el hombre es apartarse del Señor y no tomar más en cuenta a su Creador. El pecado es el comienzo del orgullo; al perseverar en el pecado se abren de par en par las puertas a la soberbia impía” Eclesiástico 10, 12 - 13

“Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia” Santiago 4,6

     Peter Binsfeld, obispo y teólogo alemán, basándose libremente en fuentes anteriores, asoció cada pecado con un demonio que tentaba a la gente por medios asociados al pecado. Para el Pecado de la Soberbia lo asoció con Lucifer, recordemos lo que pasó con Adán y Eva y el personaje que vino a tentarlos.

Contra SOBERBIA – La Virtud de la HUMILDAD
     Humildad viene del latín humilitas, que significa abajarse. Y de humus, que significa suelo, tierra. De estos dos vocablos podemos inferir cómo obtener la virtud de la humildad: bajándonos hasta el suelo. En ese bajarse reconocemos que nada somos y nada tenemos que no venga de Dios. Lo único que tenemos de nosotros mismos es el pecado y nuestra nada. Humildad es decirle a Dios: Tú eres Todo y yo soy nada. Y creérnoslo de veras.

     El humilde no está aspirando la grandeza y la fama que el mundo tanto nos vende y tanto admira.  El humilde lo que quiere es reconocer cada vez más su dependencia total de Dios.  Todo es un don de Dios de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. Nada somos ante Dios. Humildad en andar en verdad, frase célebre de Santa Teresa de Jesús.  Y ¿qué es nuestra verdad?  Que nada somos ante Dios. El que de veras desea crecer en humildad, acepta humillaciones y acusaciones, aunque sean injustas, siempre y cuando esto no afecte a terceros. El humilde no busca los primeros puestos, no busca estarse destacando, ni imponiendo sus criterios.

     El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio.

     La humildad no solo se opone al orgullo sino también a la auto humillación, en la que se dejaría de reconocer los dones de Dios y la responsabilidad de ejercitarlos según su voluntad.



“La soberbia no es grandeza sino hinchazón; 
y lo que está hinchado parece grande pero no está sano” 
San Agustín

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